La locura cambia de estación


            Llevo dos semanas viviendo la bienvenida al Otoño. Lo siento;  he visto ya hojas marrones caer, dejado atrás mientras camino un cielo amarillo nublado;   me han rozado las primeras rebecas posadas en los hombros de ancianas y adolescentes; me he arropado con la manta de mil colores y me han desnudado bajo ella, dejando caer mis pantalones largos del pijama sobre un suelo en el que ya no se puede caminar descalza.
            Pero esto solo sucede de madrugada, el día conlleva la locura del calor . Las rebecas se olvidan encima de sillas, en el autobús..., el calor sofoca y sobra todo, te despojas y la orilla del mar de nuevo está mojando tus pies. La siesta provoca sudor y la manta cae al suelo mientras desnuda y con las ventanas abiertas camino hacia la ducha.
            Quizás por eso es que la noche y la madrugada alteran los sentidos. Y la locura estacional, el cambio, ya no delimita quién está claro o enajenado. Por eso es que en este tiempo de locos, nadie es dueño de marcar diferencias, y lo que es normal y sólido se evapora, y el vapor que muchos sólo ven en su mundo se conforma y es realidad.

            Y así un sábado de este Octubre incontrolable, Ella salía de casa,
luciendo un vestido blanco ceñido corto, muy corto y realzado con  sandalias de fino tacón. Un collar grande de semillas giraba sobre su cuello, liberado por el cabello recogido, que caía sobre sus senos medio descubiertos por el escote. Se había maquillado exageradamente: sombras verdes, pestañas alargadas, polvos de base , colorete, raya de ojos faraónica, labios rojos, perfilador marrón...No buscaba sentirse bella, si no esconder los surcos que todas las lágrimas del día anterior habían dejado marcado su rostro. A veces, era así, daba igual que hiciese frío o calor, lloviese o luciese el sol, se levantaba ya muy pesada e iniciaba a llorar, y a llorar, a gemir. Su cuerpo se paralizaba en postura horizontal, y lloraba, lloraba sin parar. Todo tipo de pensamientos negativos desfilaban por su mente, y ella intentaba espantarlos, pero no podía y entonces solo quería dormir, así la conciencia caía en el olvido aunque ella siguiese vertiendo lágrimas. El remedio era casi natural: Vino tinto y Diazepam.
            El sábado a mediodía había dejado de llorar, encendió su celular y vio que el mundo seguía en orden. Decidió que acudiría al concierto de un grupo nuevo que sonaba en un pub curioso que rara vez ella frecuentaba. Cogió un taxi, y puntual el seguridad le abrió la puerta del local. Allí , yo la esperaba sentada en la barra con un gin. No quiso contarme sus dos días de ofuscación, pero tampoco hacía falta, la conocía ya muchos años, y sabía que el celular apagado era señal de abandono. Se sentó y pidió un mojito, azúcar en su cuerpo..., le encantaba sentir como al pasar por su garganta iba bombardeando su piel interior, le iba dando energía...Otro, por favor!, y otro Gin, para mi amiga..., gracias!
            Una hora más tarde, situadas las dos en el mismo rincón de la barra,  y a punto de acabar el concierto, un hombre  rozó la espalda de Ella sin querer. La rozó más de un instante, estaba segura, no era un segundo que había parecido eterno, no; era el detenimiento pausado de la mano en su piel. Se giró y lo miró; él se limito a sonreírle y a silbar en su oído una de las canciones que estaba sonando. Ella cerró los ojos, escuchó y se encantó. Los volvió a abrir y se dio cuenta que los labios de él a punto estaban de  caer sobre los suyos. Le entró el pánico, de hecho casi estuvo a punto de empezar a llorar.., así que apresuró la distancia. Él enseguida notó el rechazo, y su moflete derecho empezó a moverse sólo, con un tic continuado, el movimiento rebotaba en la parte inferior de su ojo y hacía que éste hiciese también guiños extraños. No toleraba el rechazo, su conciencia estaba controlada por las innumerables sesiones con su psicóloga, pero aún no podía controlar sus tics, el espejo de su trastorno obsesivo.
            Pero a Ella, esto la envolvió en ternura, y lo sintió muy cerca, tan cerca que podía sentir el palpitar de su moflete derecho. Iniciaron una conversación rara, suya, fluida, de gustos, tics, medicamentos...; mientras, yo decidí pedir  otro gin e ir hacia la pista a bailar la versión soul de Stand by me que sonaba.
            Él le reconoció que no solía llorar mucho, cuando tenía ganas ordenaba exactamente todos sus CDs, o DVDs, o cuadros de la casa, o doblaba las bolsas de la compra hasta convertirlas en cuadraditos pequeños. Tenía la capacidad de ordenar todo o por colores, o por antigüedad, o por tamaño, daba igual, esto hacía que no llorase. Ella reía mucho ante lo que le estaba contando..., le encantaba todo ese orden en el desorden. También le dijo que no sabía estar en ningún sitio, si no era algún lugar que él hubiese elegido; entonces acudía siempre, a la misma hora, el mismo día de la semana, tomando exactamente lo mismo que la semana anterior. Los sábados, siempre lo podría encontrar allí, a partir de las 22:00.
            Ella no pudo controlar la atracción que su obsesión le procuraba, sabía que húmeda si lo besaba se iba a estremecer. Así que le cogió la mano y le obligó a que le rozase de nuevo la espalda, luego el muslo, justo por debajo de la costura que el vestido blanco marcaba y después lo besó inclinando también sus pechos hacia él. Él agarró su mano fuerte en el muslo, y la hizo levantar del taburete, estrujando los cuerpos de manera que ella podía sentir todo Él y él toda Ella, besándose con la misma pasión con la  que se llora, o se ordena.
            Desde la pista los vi, y sentí la excitación y la ternura del encuentro. Me alegré, y solté una carcajada. Ella se giró un momento y sonrojada por su propio erotismo me hizo una señal que marchaba con Él.
            Se fueron vestidos de verano, ambos dejaron sus rebecas olvidadas en el taburete, y auque fuera hacía frío, no lo sintieron. Yo seguí bailando sola en medio de todos y de nadie, pensando en la locura tan mentalmente correcta del encuentro.
            Desde entonces, todos los sábados a partir de las 22:00 se ven en el mismo sitio, toman lo mismo y se besan con la misma pasión. Ella llora, pero sólo hasta el sábado, Él ordena todas sus cosas de nuevo pero solo hasta las nueve, entonces se arregla, se perfuma, coloca sus jeans de ese día que siempre son los mismos y va hacia su encuentro.

Comentarios