Un beso de desayuno
Quiero recordar siempre el primer amanecer con
el que me cobijó República Dominicana. No quiero olvidar nunca el primer
desayuno que me brindó mi querida tierra caribeña.
Había aterrizado la noche anterior,
coincidiendo con el alba que dejaba atrás en el Mediterráneo. Después de unas
escasas horas embrolladas en el cajón superior del sueño, despertaba con los
primeros cantos de los gallos que paseaban libres y bohemiamente por el patio
tropical que rodeaba la casa en la que me habían acogido. Esquivando plantas
trepadoras, lianas y plataneras, los gallos altaneros avisaban el inicio de un
nuevo día en el Caribe.
Llevaba
meses aguardándolo, desde aquella tarde húmeda de invierno, en la que me
anunciaban por teléfono que había sido seleccionada para viajar como voluntaria
y participar en un proyecto de una ONG local dominicana dedicada a la población
haitiana migrante. Desde aquel instante había esperado con anhelo el momento de
volar, colaborar, conocer...; y ahora ahí estaba, con los ojos muy abiertos
bajo mi recién estrenado mosquitero. Con vértigo, mucho vértigo.
Respiré
y con toda la energía que solo dan los propósitos que forman parte de tu
destino me levanté, salí de la pequeña habitación y caminé hacia la cocina. La
primera persona que encontré fue a Altagracia. En sus manos un termo lleno de
café; en su rostro unos melosos buenos días acompañados de tostada de guayaba y
dulce de tamarindo.
ALTAGRACIA
Perfume
a cilantro, manos aderezadas con mil y un sabores. Ella fue la complicidad de
mi acogida, la confianza y la comodidad hogareña de mis dos años vividos en la
comunidad rural de Gurabo. Altagracia es
descarada con lo cercano; y prudente y temerosa con lo ajeno. Latina, bachatera,
humilde…,es la cocinera oficial de las miles de actividades que en el proyecto
se organizan. Meriendas que endulzan talleres sobre el género, sancochos
llevados a quiénes no tienen con que celebrar, zumos cargados de vitaminas
tropicales para enfermos...Altagracia sin saberlo es un pilar principal en esta
iniciativa solidaria basada en el honor y en el
respeto; no sabe que su labor aviva el sabor de las cosas bien hechas.
Un poco de arroz, la deliciosa tayota rellena, las ensaladas de aguacate, la res
asada, el moro de guandules; han llenado nuestro estómago muchos mediodías
cansados tras duras realidades vistas. Vive
en lo más profundo de la comunidad, su pequeña casa construida con adobe y zinc
alberga en dos únicas habitaciones a toda su familia. Su hija y dos nietos, el
marido, otro hijo y la novia, y eventualmente algún familiar que desde la
montaña se desplaza a trabajar en la construcción, duermen y comparten el mismo
espacio. Ella es una líder comunitaria, trabaja por y con la comunidad. Ella,
que no escribe proyectos, ni entiende de cuentas, ni de AECI..., es la que sabe
quién necesita más apoyo y quién ha enfermado de dengue. Entre
machaque de tostones, yuca frita y frijoles, te cuenta las verdaderas
necesidades de su comunidad.
De
Altagracia aprendí tanto que todos los días le debo un pensamiento. La imagino
denunciando las injusticias de su comunidad y mientras la siento de nuevo a mi
lado cocino uno de los sabrosos platos criollos que me enseñó. Saboreo su
gusto, disfruto los aromas, y de nuevo vuelo hacia allá.
Le
devuelvo los buenos días también a Altagracia, y me invita a pasar al patio a
desayunar. Tomaba mi café bañado en azúcar moreno y pensaba en cómo sería todo
allá fuera de la casa, más allá del jardín tropical. Había llegado de madrugada
al aeropuerto de las Américas en Santo Domingo, y otro compañero cooperante
italiano me había recogido en una destartalada furgoneta. Viajamos dos horas
por carreteras oscuras hasta llegar a Santiago de los Caballeros, donde se
encontraba la sede de la organización y el hogar con tejado de zinc donde iba a
vivir, en una de las comunidades más empobrecidas de la zona. Mi casa se
convirtió pronto en el rincón más bello en el que jamás yo he vivido, con su
patio rodeando el limonero, sus colores y su elegancia; también con sus rejas,
con pocas paredes de bloque y muchas de madera.
Y sorbo tras sorbo, con nervios, miedo, ilusión;
con prisa y con calma, imaginaba y pensaba: ¿sería capaz de empatizar y llegar
algún día a pertenecer a aquel lugar?
De
una habitación contigua a la cocina salió una mujer joven cargando un saco de
arroz; me miró y ofreció unos buenos días distantes y desconfiados, me preguntó
si era la nueva voluntaria, y le dije que sí y aunque no demostraba curiosidad
le dije también mi nombre: Lola. Ella me respondió tan solo con su nombre:
Isabel, y continuó llevando el saco de arroz a la furgoneta que me había traído
la noche anterior. Le ofrecí ayuda pues advertí que en la habitación todavía
quedaban al menos cuatro que cargar. Eran las seis y cuarenta y cinco de la
mañana y en pijama ya se iniciaba la mezcla de culturas, sentimientos y
aprendizaje que impregnarían toda mi vivencia.
ISABEL
Impetuosa,
misionera de hábito comunista, con entrega a los demás como alma. Su mente yace
siempre en la dedicación en que ha convertido su vida. Lleva más de quince
años, la mitad de su existencia, como coordinadora del proyecto en una de las
zonas más empobrecidas de Santo Domingo: Haina, y dirige con tesón y constancia
la gran labor que se hace en dicha comunidad. La escuelita comunitaria y el centro de salud no funcionarían sin ella.
Su persistente trabajo fascina a quien la contempla. Isabel no deja que vuelvas
a tu país de origen y abandones lo que viste, su compromiso es tal, que no
permite que el tuyo pueda caer en el olvido.
Ella
guerrea en un ambiente de máxima pobreza, vive casi todo el día junto a la
comunidad, o con la comunidad en su despacho. Los niños y niñas que crean y
llenan las aulas del proyecto viven en esa miseria material que ha provocado la
humanidad, y por supuesto esta infancia dominicana, dominico-haitiana y
haitiana sufre el hambre, y las consecuencias de habitar en uno de los
sitios premiados con el gran galardón
de: "Tercer lugar más contaminado por el plomo del mundo". Esta otra
cara de lo mostrable, de lo turístico,
se llama Haina y está situada en el sureste de la isla, a 22 kilómetros al
oeste de Santo Domingo, dónde escasea el paisaje caribeño; y la invasión
industrial ha devastado lo natural, facilitando el crecimiento de comunidades
dominicanas y haitianas que hoy sobreviven con la mayor dignidad en condiciones
de máxima pobreza.
La
comunidad gira en torno a la escuelita que entre todos y todas han levantado.
La gran protagonista, la infancia, después de trabajar recogiendo plásticos,
acude a clase en la tanda de la tarde. Isabel también es profesora de uno de
los grupos. La vida de la escuelita, con sus puertas abiertas entre caminos
llenos de armas jóvenes y ventanas con vistas al vertedero, contagia e impulsa
las redes comunitarias. Las madres se reúnen una vez a la semana, hablan de
cómo mejorar su comunidad: tener acceso al agua potable, conseguir botas no se
sabe dónde y de quién para que sus hijos e hijas trabajen dignamente como
buzos. Isabel también está siempre detrás, no deja que caigan las inquietudes y
la fuerza en la lucha de estas mujeres. Y siempre, con la suerte de algún buen
inversor de luz que funcione, suena de fondo y se baila a ritmo de salsa y
bachata. Una de las que más suenan es la salsa del puertorriqueño Ismael
Rivera...
"Las caras
lindas de mi gente negra
son un desfile de
velas en flor
que cuando pasa
frente a mí se alegra
de su negrura, todo
el corazón.
Las caras lindas de
mi raza prieta
tienen de llanto, de
pena y dolor
son las verdades, que
la vida reta
pero que llevan
dentro mucho amor
Somos la melaza que
ríe la melaza que llora
somos la melaza que
ama y en cada beso, que conmovedora..."
Las Caras Lindas
(Ismael Rivera)
Esta
es una de las canciones que más le gusta a Isabel. El colorido del mestizaje de
Haina está formado por familias
desplazadas haitianas, por caras lindas pero a la vez invisibles de mujeres inmigrantes y dominicanas que provienen de las zonas más
rurales y salvajes de la isla . El reto de estas mujeres es la de "abrazar
con intensidad la existencia, plantar cara, sonrisa y alegría al sufrimiento y
ser promotoras de esperanza y solidaridad", cómo escribían en uno de los
textos de la asociación, y trabajar para que Haina sobreviva, tenga aliento
propio y no dependa de ayudas externas, para que los pobres no crean que lo son
y se conformen.
Con
Isabel capitaneando este proyecto, todo brilla con inspiración femenina, y con
la participación infantil de las escuelas, el día a día es un círculo mágico en
el que todos los errores cometidos por los adultos por instantes se esconden, y parece que nadie
tiene más que nadie, que todas y todos tenemos los mismos derechos.
Cargamos
los cinco sacos de arroz en la parte trasera de la furgoneta, otro joven salía
de la parte de atrás del patio con cajas colmadas de yucas y huevos. Iban a
trasladar todo para Haina, hoy celebraban una jornada de encuentro con los
adolescentes y las familias de la comunidad comerían también con ellos. Aún sin
entender muy bien nada, sentía que en el vertedero hoy sería un gran día.
Altagracia
me ofreció más café que acepté encantada, entretanto, la furgoneta arrancaba ya
el motor camino hacia Haina. Tras el último sorbo decidí que era hora de
vestirse, en el despacho me esperaba el coordinador del proyecto en Santiago,
era ya la hora de presentarse. Aviso a Altagracia que ya estoy preparada, y con
un silbido ella llama al motoconcho que está situado en la parada de enfrente.
Un viejo motor se acerca, el conductor me saluda con un brío y una felicidad
increíble: "¡Bienvenida, mi amol!¡ Rubia aquí tu va estar muy bien!"
Uf, no sé ni cómo subir al motoconcho, menos mal que Altagracia viene también
con nosotros, me acompañará hasta la oficina. Somos tres, juntitos como anoche,
como dice el dicho pícaro dominicano. Empieza la aventura.
En
la oficina esperaban mi llegada, me dan la bienvenida al estilo más propio
dominicano: sonrisas, ajetreo, abrazos, miradas descaradas, mucho calor,
muchas preguntas, y más azúcar con café.
Ahí estamos ya todo el grupo de personas que formamos el equipo de trabajo: las
promotoras, las administrativas, el coordinador, el recadero, las educadoras,
el profesorado... Dos horas en pie en el Caribe, y aunque ni siquiera puedo
pensar mucho en estos momentos, siento que estoy bien, que acerté con la idea
de venir, que necesito estar aquí. En mi
primera reunión de funciones "oficial", iniciamos los puntos a tratar
escuchando a Mercedes Sosa con su "Gracias a la vida". Es la gran
cantautora la que me integra en el sentido de la labor humanitaria; me queda
claro en un momento: mi tarea empezará por conocer, escuchar y aprender.
Después cuando descifre lo que allí significa "necesidad", veremos
que podemos unir, crear o convertir. Mientras, tengo que empezar ya a dar
también gracias a la vida, nunca lo pensé, y ahora sé que hay que partir del
máximo agradecimiento para poder aunque
sea sólo tararear un mismo canto.
A
las ocho y cuarenta y cinco varios motoconchos llegan a la oficina con algunas
niñas. Beben rápido un vaso de leche que una compañera les había preparado,
cargan algunos libros y vuelven a subir al motor. Ellas vienen desde la
montaña, de las comunidades más alejadas; descienden primero en burro
atravesando el río y en los primeros caminos asfaltados los motores contratados por la asociación las
recogen y las llevan hasta nuestra escuelita comunitaria, que es la más
"cercana" o la única si eres inmigrante haitiana. Una de las nenas,
la más sonriente de todas se llama Cristene.
CRISTENE
Tiene
9 años. Haitiana e indocumentada, cruzó la frontera a República Dominicana junto a su padre de noche hace tres años .En
Haití, en Lakil di No, una zona rural, los dos dejaban atrás a la madre y a
cuatro hermanos. Es una niña agradable, con voz dulce y ademanes suaves. Es
seropositiva, su papá también y ahora él ha enfermado, tiene un montón de
manchas por la piel, y muchos temblores debido a las fiebres. Pero en cuanto
amanece , camina hasta la carretera para subir a la parte trasera del camión
que lo llevará a trabajar a la zona de construcción; unos días le pagarán,
otros sólo le darán algo de comida. Cristene se levanta junto a él: prepara algo
de plátano frito, y barre la choza de madera y cartón en la que viven los dos.
Camina más de media hora con el fin de
llenar al menos dos cubos de agua y
poder bañarse, recoge algo de
fruta que pueda encontrar por el camino, vacía las bacinillas de pipí, trapea,
etc. Después, bañada y arreglada camina de nuevo montaña abajo con su mochila
hasta llegar dónde la espera Benua, su motorista particular.
Le
encanta la escuela, le apasiona y llora cuando pierde clase por ir al hospital
para sus revisiones o recoger su medicación. Mil colores iluminan su rostro
cada vez que habla de la escuela , le fascina el español que domina ya con
facilidad, juega, canta canciones en
creol. Cristene es una de las miles de niñas haitianas que no tienen derecho a
la escuela. La mujer y la infancia inmigrante haitiana son el rostro invisible
de la sociedad dominicana y haitiana. "La haitiana" está sometida a
diversas formas de subordinación y segregación, en tanto mujer, pobre ,
"negra", extranjera, y de cultura diferente y discriminada. Muchas de
sus compañeras de juego son o han sido trabajadoras infantiles traficadas. Sus
derechos están olvidados, y trabajan más que cualquier persona adulta: salen a
vender, o se dedican a la servidumbre, convirtiéndose en trabajadoras domésticas,
en esclavas., ya que trabajan todo el día y deben estar dispuestas a hacerlo
todo el día. En ocasiones, sólo son
libres en las horas de escuela.
Ella
ha tenido suerte, su papá entendió que su condición no los podía aislar.
Entendió que su pequeña no iba a ser ninguna esclava, de ninguna opresión, de
ninguna enfermedad; entendió que era en las manos de su hija dónde se podía ver
un futuro mejor.
Son
las diez en punto y junto a una de las promotoras comunitarias del proyecto voy
a visitar la comunidad y la escuelita comunitaria, la misma a la que
asiste Cristene. Las Escuelas Comunitarias (EC) son proyectos de educación
intercultural, enmarcadas en una estrategia de organización comunitaria, en
vecindarios marcados por el racismo, la segregación, la pobreza, y la
exclusión. Será mi primera toma de contacto, será el inicio de un después que
se convertirá en la mejor experiencia de
mi vida.
Ahora,
escribiendo este relato tres años más tarde, viviendo el presente de ese
después desde mi tierra natal valenciana, pienso siempre en Altagracia, en
Isabel y en Cristene. En su inspiración femenina, en su arte para reconvertir
el sufrimiento en lucha, en su convicción de no rendirse como pobres, de no
creer que ahí acaba todo. Pienso que en mi primer desayuno en República
Dominicana, conocí y me enamoré de tres de las mujeres más valientes de la
historia.
Relato seleccionado para el libro " Verano en Marruecos y otros 60 relatos y microrrelatos de viaje"
Increible prima¡ lo leía y lograba imaginar todo lo que estabas relatando prácticamente sin darme cuenta ¡¡¡¡¡¡¡
ResponderEliminarRecuerdos inolvidables...
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