Mágica experiencia de participación

       Mil colores iluminaban el gimnasio del centro de recepción y acogida. Colchonetas finas y ligeras que figuraban nubes, al menos diez o más cubos cuadrados repletos de algodón, algunos de ellos gigantes, otros pequeñitos como un ratón. Formas que se transforman en caballos, balancines, sillas modernas. Muñecos chiquitines que a veces son patitos, a veces bebés que duermen.
       Kyli  de cuatro años y Cristian de tres, me agarraron de la mano fuertemente  y me llevaron al mundo mágico del gimnasio hasta que la esperada hora de la cena llegara. Nada más entrar, lanzaron con la mayor de las energías sus pequeñitas chanclas por el aire, el suelo estaba repleto de colchonetas azules que invitaban rápidamente al salto, a las caídas, al olvido de los zapatos, a unos pies descalzos que más adelante caminarían por el mar e incluso por el cielo. Sin mentir, diré, que mis zapatos no alzaron el vuelo sino que por fuerzas mayores los dejé bien puestos sobre la balda de la ventana; pero esto no impidió que me sumergiese de lleno en la burbuja que Kyli con un poquito de agua, y Cristian con un poquito de jabón, empezaban a construir. Empezamos a saltar de colchoneta en colchoneta, sin parar en ningún momento, sin ningún orden y con muchas risas. Después se complicó todo, al menos para mí, ya que cada vez íbamos más rápido. Luego dimos volteretas, y más risas, y sin orden, y sin parar...
       Tras varios minutos de saltos por el cielo y buceo por el mar,
Kyli observó como todos los cubos y demás colchonetas pequeñas se amontonaban en uno de los rincones del gimnasio, y rápidamente me invitaron a la aventura que inauguraba la nueva zona de juego. Kyli y Cristian empezaron a colocar los cuadrados unos encima de otros de forma estratégica, estábamos construyendo una casa. Con una varita mágica Kyli se convirtió en mi mamá y Cristian en mi papá, me hicieron la comida mientras yo hacía los deberes de la escuela...; aunque todo esto ordenado por el desorden, ya que en ocasiones nos olvidábamos de nuestro rol familiar, de nuestro juego simbólico y volvíamos a saltar sobre las colchonetas , y cuando nos cansábamos volvíamos a casa y la reconstruíamos, ya que con los saltos traspasábamos las paredes de nuestro hogar, las atravesábamos como verdaderos fantasmas.
       Los jefes de ésta gran aventura eran, por supuesto, Kyli y Cristian que innovaban continuamente, manipulando con risas, sonrisas y carcajadas la marcha del juego. Después de hacer muchos deberes, pasear el perro, seguir cocinando, saltar, dar volteretas, construir y destruir; Cristian cambió radicalmente el rumbo del juego y de repente nos tirábamos de cabeza sobre las colchonetas que se habían convertido en una tranquila y segura piscina. Añadir, que aquí mis saltos aunque eran atrevidos , estaban muy lejanos de ser como los de ellos .
       De repente, nos vimos los tres tumbados, muy juntitos y cansados sobre una de las colchonetas, Cristian arrastró con todas sus fuerzas otra que teníamos cercana y la dispuso en forma de colcha encima de nosotras, se unió y anunció que era hora de dormir. Pasaron eternos segundos en dónde los tres disfrutamos del descanso y del teatro del sueño, dónde me atrevería asegurar que alguno convirtió lo imaginario en real y se quedó dormido.
       Después anocheció, y el sol desapareció por la ventana de nuestra casa mágica, era la hora de cenar y los demás compañeros y compañeras nos esperaban ya en el comedor. Estaba segura que otro juego se iniciaría, esperaría estar otra vez dentro, pero jugando a jugar, no a ver como juegan los demás.


Comentarios

  1. Muy descriptivo, lleno de vida, con mucho de tu personalidad.

    Me gusta Lola.

    Sonia

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