Pasión Kurda. Relato ganador del I Certamen de Relatos Cortos de Viajes. Tourist Eye.





http://blog.touristeye.es/post/3292830692/pasion-kurda
http://blog.touristeye.es/post/3292830868/%C2%A1ya-tenemos-a-los-ganadores-del-concurso-de-relatos-de-viajes

Cerré mis ojos, guardando en la memoria la mágica composición de los últimos rayos de sol acariciando el Cuerno de Oro. Un turquesa anaranjado embellece las aguas del Bósforo, y la orilla dorada recoge sus enaguas arropando las primeras luces tenues de las viejas casas de la eterna Estambul. En mis pupilas la imagen de las mezquitas alzadas con los minaretes agitados, el canto del último rezo del día, ha iniciado. Por eso he cerrado mis ojos, todos mis sentidos quieren escuchar ahora, mi piel quiere secuestrar las solemnes voces de los muecines que recorren el cielo de la ciudad. La magia cantada, envuelve al espíritu estremecido y lo sosiega, con el fin de despertar mi mirada de nuevo y reencontrar la belleza del atardecer.
            Desde las alturas de la Torre Galata ,
veo como Estambul se ilumina poco a poco. A mis pies las calles enredadas caen en vertical hacia el mar, desembocando en pequeños restaurantes de pescado que decoran toda la orilla. Mis tres compañeras de viaje y yo, estábamos atrapadas por la quietud y la paz que el momento ofrecía; habíamos subido cuando deslumbraba el sol e íbamos a bajar acariciando casi las estrellas.
           
            Oscuro, atravesamos el puente de los pescadores, las horas nos habían encantado en las alturas, era hora de volver al barrio de Sultanahmet, la parte antigua de Estambul. Tras un par de días en la ciudad, estábamos embrujadas  por  La Mezquita Azul, cuya grandeza y solemnidad crearon un conjuro que día tras día nos arrastraba a contemplarla de nuevo. Justo detrás de ella, un pequeño restaurante formaba parte de la pócima.

            Volvimos a mirar de frente a la gran dama de azul, y unos susurros nos acaramelaron hasta el chico que leía la carta del restaurante. En un inglés perfecto y un español casi aprendido, nos convenció para saborear los platos principales del menú. De tez morena, sus ojos negros se clavaron en mí desde el principio. Cenamos entre miradas, sonrisas y descaros, y nos dejamos llevar los dos por la medianoche hasta una  tetería escondida en un cementerio dónde sirven el mejor té de Estambul.
            Allí, con tropiezos en inglés y español, hablamos de mil cosas, y la aventura carnal que se preveía se maquilló de sentimientos y de pasión. Una pasión alejada de la cama y cercana sólo a un único beso que iba a estar siempre presente. Las inquietudes que mezclamos tomando té, caminarían hacia un compromiso etéreo, mágico.
            Él era kurdo, llevaba algunos meses en Estambul sobreviviendo. Atrás dejaba su casa de las montañas del sudeste, una zona empobrecida a causa del enfrentamiento entre el ejército y el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). Su pueblo se considera el mayor pueblo sin Estado, ya que se calcula que lo integran más de 25 millones de personas. Supe de la tragedia oculta del Kurdistán turco, de cómo él y su familia, junto a millones de familias más, luchan para que su nombre y su cultura no quede prohibida. La comunidad internacional ha querido borrar su realidad y esencia, pero no pueden, existe, y ahí estaba yo sentada con un activista kurdo, que gritaba su nombre, sus costumbres, su historia y su identidad.

            La "pasión Turca" que ensoñaba en Occidente antes de partir nada tenía que ver con la Pasión Kurda que me brindaba Oriente. Me prometió escribir y relatarme como un cuento la lucha contra su opresión; le miré y abrazándole fuerte sellé mi apoyo a su libertad. Este encuentro se iba a transformar en mil y una cartas escritas por su voz. Mis manos abrirían cada sobre, haciendo llegar sus palabras a mi pueblo, invisible ante la realidad kurda. Antes de marchar hacia el hotel, nos besamos hechizados ante la Dama Azul, el encantamiento acababa de iniciar.       







Comentarios