Síndrome del manifestante

            Desde hace quince días frecuento de manera obsesiva lugares con alto nivel de peligrosidad. Siempre había estado enganchada, pero con las nuevas tendencias ha empeorado mi adicción. Todo empezó en la manifestación contra los recortes en educación pública, y es que lloré tanto cuando mi hermana agarró su propio papel higiénico para llevarlo a su aula de educación infantil, que el día que podía gritar mi indignación estuve más de veinticuatro horas con una tijerita de cartón cortada y pegada en mi cabeza. Decidí que me movilizaría en cada concentración, en cada sentada y en cada cadena pacífica humana. Mi querida bicicleta que me acompaña en cada marcha, ilustra elegante el siguiente cartel: " No a las injusticias sociales", el cual en estos días  lamentablemente me hace papel para todo.
            Así estas semanas he ejercido libre mi derecho de expresión y manifestado mi indignación. Todo parecía que iba bien, o al menos como siempre, hasta que apoyando a los pequeños valientes tuve que correr en más de tres ocasiones ante los "gigantes azules" que cargados de odio y asustados en realidad, propinaban porrazos y disparaban pelotas de goma a menores y mayores sin sentido. Desde entonces no concilio bien el sueño. La primera noche pensé contenta que al día siguiente dimitirían los y las que habían permitido tal acción desvergonzada y salvaje contra los derechos de todos y todas, y de la infancia en especial. Porque claro... por ahora en mi país el maltrato a menores está penalizado. Pero no fue así, es más justificaron y defendieron su impunidad. 
            Ahora cada media hora leo de manera obsesiva los diarios en Internet esperando la noticia de alguna dimisión, publico compulsivamente imágenes de las cargas policiales y sigo el Twitter para acudir en apoyo a cualquier movilización. Llamo todos los días a mi indecente televisión valenciana quejándome de su manipulación, y camino insegura cuando cortamos las calles y diviso furgonetas de un color azul oscuro.
            Sufro un estado emocional extraño en el que a veces lloro y a veces estoy feliz por el despertar de mi pueblo. El médico me ha dicho que no me preocupe, que sufro el síndrome del manifestante. La causa de este síndrome es la " lucha por el cambio y la justicia social", que viene agravado cuando es pisoteado y no reconocido; éste ante los golpes se multiplica derivando en otros síntomas como es la creatividad para escribir, la esperanza de leer que ocurre un cambio verdadero y la necesidad de denunciar continuamente en cualquier medio la negación de la realidad. Mi médico dice que ahora él también lo sufre, y que únicamente desaparecerá cuando se haga justicia; mientras, la mejor manera de convivir con él es seguir en la lucha.
            Así que como lo primero es la salud, cuidaré de mi misma, seguiré manifestándome, esperando y exigiendo dimisiones, gritaré indignada, lloraré y correré aún con miedo, cuántas veces haga falta. 

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