El desnudo de Eva. Parte II


       Por otro lado, en las alturas de la ahora deshabitada oficina, el señor J.S convocaba una reunión urgente con socios y sobrinos. Conforme iban llegando sus aliados, recuperaba  el habla y el aliento. En la oficina aún quedaban por tierra trajes, zapatos y sujetadores. Vacía, su empresa frenaba la ambición y el deseoso afán de producción. La rabia por lo sucedido lo había cegado también negándole la visión de como abajo miles de personas se reunían alrededor de sus empleadas desnudas. Los socios abrigados con elegantes gabardinas iban acudiendo, pero el helor que reinaba en  la oficina les impedía desprenderse  de sus guantes y sus bufandas. Así, sufriendo un frío invernal, asustados y enojados intentaban comprender que podía haber sucedido, ellos mismos habían contratado a esas mujeres. El teléfono empezó a sonar incesantemente, familiares, prensa y policía esperaban respuestas. Encerrados en el despacho no se atrevieron a contestar ninguna llamada.

            El poder: congelación de las manos
            Juan Francisco, era uno de los sobrinos más queridos y uno de los directivos más valorados de la empresa. Con el ceño fruncido y con un genio altanero, rompió el silencio
de la tan necesaria reunión urgente y atacó con vehemencia la función del tan renombrado señor J.S: ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿ cómo ha tolerado usted que una mujer, alguien que ocupa un puesto inferior al suyo, desmonte en un momento todo el funcionamiento? Tendría usted que haberla parado mucho antes, usted tenía el poder de hacerlo querido tío. La arrogancia que ha mostrado esa mujer tiene que ser duramente condenada desde esta junta.
            El resto de acompañantes inició a aplaudir el discurso, sentían aplaudiendo que ellos sí que podrían haber evitado el escándalo. Conforme más lo creían, más fuerte aplaudían. De repente, sintieron como sus manos perdían movilidad, y como sus dedos se maquillaron de un color azulado. Sus manos se estaban congelando, los aplausos dejaron de sentirse.

            La ignorancia: incapacidad de sonreír  
        Ninguno de los allí presentes se preocupó por el entumecimiento de sus manos, obsesionados por lo ocurrido, en sus pensamientos  solo había espacio para el rechazo y la incomprensión. Todos, con sus rostros rígidos, increpaban con la mirada al culpable sometido de tal acción. El señor J.S con serias dificultades aún en su lenguaje, intentaba narrar lo sucedido, aspiraba a explicarles que él solo le había ofrecido lo mejor a esa mujer.
            El resto de la junta hacía esfuerzos desmesurados para entender el significado de sus monosílabos: "Ell...sent..yole..dij...fam..desnud...". El señor J.S haciendo muecas extrañísimas intentaba exponer su discurso. La ignorancia impregnaba la sala, pero decidieron permanecer en ella, pues abajo protegidas por los rayos del sol las mujeres les hubiesen contado.
            Poco a poco la situación cobró carácter cómico, el medio mudo orador parecía realmente un mono, así que los cerebros de sobrinos, hijos y socios  al unísono enviaron la señal de la risa, pero ninguno pudo siquiera sonreír, la sonrisa estaba retenida, paralizada en algún lugar, quizás secuestrada en algún ángulo de la dichosa oficina.

            La injusticia: rigidez en las articulaciones
            Pablo, el sobrino más joven y tercero en la jerarquía divina de la dirección, en un momento de lucidez, interrumpió el discurso ridículo y confuso de su querido tío: "Quizás Eva se ha podido sentir mal ante la propuesta de usted, querido tío, quizás usted la ofendió, sin querer claro, o le ofreció algo injusto..., no sé, es todo tan raro..."
            El sobrino más avispadamente sensible con la situación tuvo que ir bajando el tono de voz hasta casi el susurro, los gritos del resto de la junta lo intimidaron: ¿Injusticia?, ¿ofensa? Esa mujer debería agradecernos el mero hecho de haber pensado en ella para el puesto. Lo sabía, una mujer traería problemas, este puesto de alta dirección es demasiado importante...Querría más dinero, ¡será posible!, cómo si pudiese alcanzar el mismo salario que nosotros...Engreída..."
            Alterados todos movían sus brazos enérgicamente, en un instante un viento frío y rápido abrió la ventana, y conforme lo sentían sus brazos y piernas cobraban rigidez, cada vez era más difícil moverse con agilidad en aquella sala. Sus cuerpos pesaban, y se movían con dureza y lentitud.

            La desigualdad: inmovilidad absoluta
            Con sus manos congeladas, incapaces de reír y rígidos, solo el habla ( menos el señor J.S  que ya sabemos que se quedó ciego y medio mudo) les permitió compartir su convencimiento sobre lo sucedido. Unos a otros se repetían, sin sentido y atropelladamente que el error estaba claro: Ofrecer el puesto a Eva, a una mujer, ese ha sido el fallo, nunca lo hubiese desarrollado como un hombre, no somos iguales, ha sentido miedo, si, eso es, ha huido junto al resto de mujeres...¡Igualdad!, imposible...Así lo explicaremos en la prensa.
            Ninguno apostaba por la igualdad absoluta, habían imaginado a Eva siendo hombre, pero no a Eva siendo mujer directora. Ni sospechaban que el ideal yacía en la misma dignidad para hombres y mujeres, por eso era más fácil creer que ella misma sentía su inferioridad y la huida había sido su única salida.
            Pobres ignorantes, no se daban cuenta de que justo al contrario, Eva defendía su dignidad, la igualdad absoluta basada en el respeto de sus diferencias. Que el poder de lo justo arrastra por igual a hombres y mujeres, y por ello, una multitud enriquecida en sexos, edades y razas apoyaba desnuda a los pies del edificio la iniciativa de lucha y liberación de Eva y sus compañeras.
            En estos momentos la prensa las apoyaba, y su mensaje daba la vuelta al mundo, lo supieron cuando con un dolor inimaginable uno de los socios de "Arquicerbellsplans J.S Hijos y Sobrinos" presionó con su dedo congelado el botón del televisor. La imagen de Eva, aún desnuda, embellecida y reluciente, los dejó a todos inmóviles para siempre.
            La fría oficina los conservó paralizados y congelados, embalsamó sus ideas y su machismo eternamente.


            Semanas después se decidió que la oficina se convertiría en un museo que posteriormente fue visitado por generaciones y generaciones.  Allí siguen el señor J.S y el resto de los componentes de la junta, entrañan al viejo recuerdo del vencido machismo y de la desigualdad denunciada por Eva y sus compañeras.

            Eva, solicitó que en la reconversión de la oficina en museo el techo fuese de cristal, en memoria de la barrera invisible que ellas habían encontrado en su desarrollo profesional y que por momentos pareció impedirles seguir avanzando. Querían que la invisibilidad anterior fuese visible y consciente,  muestra de lo ahora superado gracias a la lucha y a la desnudez de sus ideas. Congelados los estereotipos del antiguo techo de cristal :“las mujeres temen ocupar posiciones de poder”, “a las mujeres no les interesa ocupar puestos de responsabilidad”, “las mujeres no pueden afrontar situaciones difíciles que requieran autoridad y poder";  no daba vértigo contemplar en su reflejo a los antiguos socios y compañeros, ahora eternamente inertes.  

             

Comentarios