El desnudo de Eva. Parte I
Eva salió del despacho del señor J.S.
provocando un gran desconcierto. Su cuerpo desnudo atravesó enérgicamente la
oficina, el asombro y la conmoción de sus compañeras se dibujaba en los
rostros. Ojos negros, verdes, marrones y azules abiertos como platos, sonrisas
a medias, nulas o descaradas, manos alzadas y colocadas sutilmente sobre los
pómulos sonrojados y turbados, conformaban el marco de la sorpresa ante la
figura de Eva. Las treinta trabajadoras allí de cuerpo presente, perplejas
admiraban extasiadas el cuerpo esbelto y sinuoso de Eva.
Eva carcajeó semidesnuda ante la
cara atónita de su ya seguro exjefe. Enseguida miles de endorfinas relajaron su
cuerpo, depositando dosis de libertad y seguridad en sí misma. Reír cada día, y
sentir la alegría de vivir, ese era otro secreto de su éxito profesional. Tampoco
había entendido eso y ahora le exigía seriedad y arrogancia, pilares de la
tristeza. La alegría pertenecía a ella, a su carisma, la compartía desde su
primer aliento de la mañana hasta el susurro de la soledad o la compañía de la
noche. No se había dado cuenta de que su alegría era agradecimiento y humildad
y que solo ella garantizaba el triunfo en sus proyectos.
Ella regaló una mirada viva, alegre y sosegada
a todas y arropada por su indiscreta sonrisa se dirigió hasta su mesa de
control 16, situada en la segunda fila. Allí, apagó su ordenador, colocó su bolso
gris perla cruzándolo sobre sus firmes pechos desnudos y se marchó dejando
atrás un hilo de voz: "Compañeras, he rechazado el ascenso".
Del despacho principal no se atrevió
a salir el señor J.S hasta pasados quince minutos. El encargado principal de
"Arquicerbellsplans J.S Hijos y Sobrinos" apareció interrumpiendo
todos los murmullos, bisbiseos y demás. Su semblante estaba seriamente
desencajado, y sus cabellos tintados revolteados daban fe de lo grave de la
situación. Con una mirada les exigió vehemente que continuasen con sus
funciones; pero ellas eran incapaces sin antes recibir aclaraciones y respuestas:
¿por qué Eva había rechazado tan goloso puesto?, ¿por qué desnuda?... Pero el
señor J.S mudo aún por lo ocurrido se limitó a transcribir en su agenda-
pizarra el siguiente mensaje: "Quién
quiera saber, puede abandonar su puesto y preguntarle directamente a Eva, eso
sí, sin posibilidad de volver".
El silencio se apoderó de los
primeros instantes, pero enseguida un halo de solidaridad femenina embriagó a
todas. Primero fue Marta quién se despojó de la parte superior de su
uniforme y desabrochó uno a uno los
botones de la chaqueta gris perla ante el entusiasmo de sus compañeras. Con la
camisa desabrochada, se descalzó dejando caer los pantalones junto a la torre
de su ordenador. A continuación, en toda la oficina se repitió la misma acción;
algunas colocaron sobre el escritorio su ropa ordenada; otras, sin más, la
dejaron caer al suelo, vistiendo de gris el elegante suelo de parqué. Desnudas
todas, cogieron sus bolsos y maletines, y dejando atrás la sala de trabajo
bajaron siguiendo a Eva.
Eran apenas las doce del mediodía;
en la calle, lucía un sol extremadamente especial, y su calor protegía la piel
desnuda de todas. Eva aún sentía la propuesta del señor J.S como un zumbido
molesto en su interior:
"Querida
Eva, su labor durante estos años ha sido ejercida con un esfuerzo y una valía
considerable; todos sus proyectos han culminado con éxito. Su empeño y eficacia
la convierten en un genio, por eso ante mi próxima jubilación deseo sin titubeos que sea
usted la nueva gerente de mi renombrada oficina. En su nuevo puesto usted
tendrá que continuar exactamente con mi labor, siguiendo los mismos valores que
yo he establecido. Necesitará un cambio de actitud, ahora aún es débil. Deberá
actuar y pensar como si fuese un verdadero hombre, con firmeza y arrogancia. No
dudará de ejercer su poder contra sus compañeras; como yo, hágase frío y
distante, y no dude en renunciar a personal si las ventas no alcanzan objetivos.
Conforme avance, que estoy seguro de que lo hará, y respete su papel ascenderá
su salario, por ahora seguirá cobrando lo actual, tiene que demostrarnos que su
responsabilidad merece esa suma. Para ello mis hijos y sobrinos la apoyarán y
la evaluaran. Mi más sincera enhorabuena, ha conseguido el mayor de los logros.
Tendrá que ser ambiciosa, seria, competitiva, agresiva y firme, y estaré muy
orgulloso de usted."
Cuando Eva escuchó la tan absurda y
desbaratada propuesta tuvo claro
que allí nunca habían entendido ni respetado
su trabajo. El éxito de la renombrada oficina jamás había sido exclusivo del
señor J.S, si no de todas ellas, que todos los días, desde primera hora,
trabajaban con su inspiración femenina.
La ternura: la chaqueta y el pantalón
Mientras Eva escuchaba los
halagos aberrantes de su querido jefe, sufrió unos ataques de calor exagerados
que poco tenían que ver con la temperatura ambiental. Necesitó despojarse de su
chaqueta, que poco a poco se adhería a la camisa bañada en sudor. Su cuerpo
vibraba entre la rabia y la indignación; su mente acumulaba pensamientos e interrogantes: ¿nunca se había dado cuenta de que cada
acción en su oficina se había hecho con ternura? ¿cómo podía el señor J.S
ejercer poder y no comprender que si no fuese por ella, jamás hubiese la
oficina sobrevivido? ¿cómo se atrevía a no nombrarla? ¿cómo se atrevía a
exigirle que trabajase prescindiendo de
ella?
De lo que más orgullosa estaba Eva, era de eso
mismo, de la ternura, inherente a la vida humana. Sabía que todos los logros habían
sido precedidos por ella. Si aceptaba el ascenso, cada movimiento que
hiciese estaría impregnado por esa olvidada cualidad tan propia de lo femenino,
la ternura; jamás sería agresiva ni competitiva.
De repente, su pantalón sudado bañó
sus piernas, creando un charco de agua y humedad bajo sus pies, la ira y el
enojo la obligaban a desprenderse de su parte inferior del uniforme de empresa.
Dejó caer los pantalones al suelo y los deslizó con la punta del tacón hacia la
puerta.
La alegría: la
camisa y los zapatos
De nuevo indignada sintió que la
camisa blanca con el bordado "J.S Arquicervellsplans" empezaba a
estrujar su cuello deliberadamente, el último botón abrochado la ahogaba. Lo
soltó, pero sentía aún ardor; desabrochó todos tirando la camisa al suelo junto
a los elevados zapatos de tacón. Descalza, acariciando el frío suelo, el ahogo que antes la esclavizaba desaparecía por
instantes.
La autenticidad: la ropa interior
Su
queridísimo alto cargo responsable, quedaba pequeñito y mudo ahora ante su
cuerpo prácticamente desnudo. Eva, lo miró aún con enfado; El señor J.S pretendía
que imitase su rol masculino escondiendo su ser
femenino, ¿tampoco se daba cuenta de que la mujer no puede renunciar a
ser mujer? Ella podría imitarlo, pero nunca haría desaparecer su inspiración
femenina.
De echo su cuerpo había reaccionado ante las
medievales sugerencias de su jefe; sus senos habían crecido hinchándose, y el
sujetador la oprimía tanto que las hebillas arañaban su cuerpo. Tuvo también
que quitárselo y sintió que su respiración se regularizaba de nuevo. Solo con
su sexo femenino cubierto se levantó de la butaca orgullosa de sí misma;
liberada abandonó el despacho de las grandes promesas vanidosas, ofensivas y
egoístas.
Antes
de cerrar la puerta, y sin mirar atrás deslizó su tanga sobre el suelo y lo
empujó con su pie descalzo hasta el borde de la silla donde había estado
soportando el machista discurso.
La intuición
femenina
Eva sintió que había hecho lo
correcto, por eso cuando salió del despacho, una sonrisa iluminaba su rostro.
Siempre hacía caso a su intuición femenina y sentía tanta calma y tanta paz
cuando la seguía que sabía que una acción buena estaba ocurriendo. Por eso, no
se extrañó cuando sintió que todos los cuerpos desnudos de sus compañeras se
unían al de ella. Todas féminas, colosales poderosas de la intuición habían
entendido que el desnudo de Eva era una cuestión de todas. Con su desnudo se
sentían libres, infalibles y fuertes para no aceptar las violentas condiciones
del tan anhelado puesto.
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