La garrapata



        Siempre guardo en el bolsillo interior del bolso de mano detalles del viaje realizado. Una vez me acomodo en el avión y se sucede el despegue los reviso una y otra vez acompañada de mi más preciada melancolía. Siempre, salvo una vez que decidí dejar atrás todo cuánto había acontecido, olvidando con mucho esmero, el desamor vivido en una de las milésimas islas del archipiélago entre Suecia y Finlandia.
        Pero, ya sabemos, que los seres humanos somos seres de costumbres, y aún sin querer, más sin saber, algo me llevaba del lugar. Lo comprendí días después; conforme mejor se sentía mi espíritu en tierra autóctona, peor se sentía mi trasero. Un dolor, y un bulto extraño en la nalga derecha perturbaban la felicidad de mis días. Fue horrible descubrir que ella, tan lejos ahora de su tierra, vivía agazapada en la parte inferior de mi nalga, creciendo a costa de chupar mi sangre. Entonces recordé nuestro último adiós desnudos en el bosque que rodeaba su casa, y resignada acepté el detalle, ya muerto y extirpado, que nunca quise tener de aquel viaje.

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