Oporto
Oporto entendió su estado
decadente, nada más aterrizar el tintineo de la lluvia la acompañó tarareando
fado. Su caos se desvaneció entre las gotas plateadas que poco a poco bañaban
el aeropuerto. Fue el único destino donde restaban asientos; Oporto. De
madrugada había despertado en la habitación superior de la casa; la cama que
había sido suya por más de medio año era ocupada de nuevo por el marido. El
desamor la elevó a las dependencias superiores, Ella ya no la necesitaba. Era
la primera noche que volvía a ocupar su habitación alquilada; pero
sigilosamente escapó de vivir esa soledad desdichada.
Con tres mudas en su bolso de mano llegó a la Pensio du sou, situada en la zona
universitaria. Decidida, allí podría enlanguidecer junto a su tristeza. La pensio du sou, se situaba en el primer
piso de una casa medio abandonada, su fachada abatida descubría aún viejos
letreros de otros negocios. Unas escaleras estrechas y empinadas llegaban hasta
el vestíbulo, donde la anciana casera la recibió. Su cálida sonrisa escondida
portuguesa, y su dulce amabilidad discreta le dieron la seguridad de haber
elegido el perfecto lugar. La pequeña habitación que le asignaron, situada al
final del pasillo albergaba una ventana por la que se podía escapar al tejado
desastroso; se encontraba en el escenario perfecto, no podía creer su suerte.
La
primera noche durmió extenuada entre pensamientos, sonámbula al amanecer inició
a caminar por los viejos callejones que lindaban con el hostal pensando si ella
sospecharía su fuga, si ya habría despertado arropada por el padre de sus
hijas, si la extrañaría. Pensó que la podría haber secuestrado y pasearía en
esos momentos junto a ella amordazada por los barrios nostálgicos declarados
Patrimonio de la Humanidad. Anduvo horas bajo el cielo gris hasta que al
anochecer decidió descansar en la ribera del Duero. Saboreando un dulce Ruby y
un delicioso bacalao cocinado a la "Gomes Sá" cayó la noche, y las
pequeñas tiendas desaliñadas de la ribera cerraron sus puertas.
Volvió
a conciliar el sueño entre tormentos, y despertando de madrugada, decidió
dormir en el tejadillo boca arriba esperando una estrella fugaz que se
encargase de cumplir sus deseos. Al día siguiente volvió a caminar de nuevo,
ensimismada en los mismos pensamientos. Cerca de la avenida de los Aliados
encontró el Mercado de Bolhao protegido aún en su antigüedad; allí, compró
bacalao y flores y pensó que los llevaría al hostal, a la pareja de ancianos que
cortésmente la recibían cada noche. Al atardecer volvió a tomar vino; sola,
frente al Duero, vislumbraba perpleja la Ribeira desde el barrio de Vila Nova
de Gaia. Esa noche no durmió.
En
su incesante empeño del olvido, caminó desde el alba, y en la Librería Lello e
Irmao, la más bella de Europa, le compró, transportada un siglo atrás, uno de
los libros que avivaban las elegantes estanterías. Al anochecer, el sabor del
vino la embriagaba otra vez.
Dos
semanas transcurrió en Oporto sin noticias, hasta que una noche apareció. Elegante
bajo un paraguas azul, la observaba desde el puente. Oporto melancólicamente
había sido el escenario de su cuento, su princesa acudía en su rescate. Fue al
levantarse tomando su último sorbo de vino, cuando sintió que tras ella el
marido la observaba también. Los tres se reflejaron en el Duero, pero la fuerza
de la lluvia, pronto desdibujó sus rostros. Fue la última vez que la vio. Nunca
fue en su busca, pero siempre la esperó
paseando nostálgicamente por Oporto.
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