Encuentro con la maldad


       Cuando lo agarró tan fuerte del brazo derecho no supo reaccionar. Su cuerpo se transformó en una rígida e inerte piedra. Inmovilizado solo pudo sentir el movimiento interno de su cuerpo, de su miedo. Sus párpados quedaron suspendidos a medio camino entre la luz y la oscuridad; sus pupilas azules, quietas y sumisas apenas se atrevieron a tiritar.
         Siempre pensó que si la maldad interrumpía su vida, su ser educado, fuerte y elegante respondería ante ella. Pero de manera egoísta e inoportuna, su cuerpo lo traicionó. Sus dulces labios empujados por la rigidez de sus pómulos dibujaron solo una atemorizada linea de expresión. Su torso inmóvil, escondió con ahínco los latidos fuertes y constantes de su corazón. Ni sus manos, ni los dedos, ni las rodillas, ni sus pies pudieron responder. Quedó suspendido ante la más insensata inquietud.
         Solo su mente se mantuvo activa, su pensamiento aún tímido y asustado lo ayudó a controlar sus suspiros, su respiración. Innumerables instantes de su vida cobraron forma en su imaginación. Recordó todas las veces que esquivó la maldad, y la dejó olvidada tras la débil linea que separa el bien del mal.
         Había jugado muchos años a imaginar como podía hacer el mal, le gustaba sentir en sus sueños nocturnos el poder haciendo daño a los demás. Se deleitaba pensando que sus deseos, sin ser reales, jamás tendrían castigo. Cada noche en sus pensamientos cruzaba la linea, y cada noche sin  saberlo la maldad lo visitaba y lo miraba enamorada arrodillada a los pies de su cama.
         Durante el día, sus deseos perversos se transformaban en la mas extrema bondad. El control correcto de todas sus acciones alimentaba su ego y fortalecía su ansia de tentar a los dos extremos de la vida. Por eso, creyéndose todopoderoso jamás pensó que su cuepo pudiese traicionarle, jamás imaginó que ella pudiese aparecer. Ahora con su cuerpo inerte, su mente luchaba reviviendo todas sus honorables acciones.
La maldad lo mantuvo agarrado toda la noche, y solo recuperaba el sentido pensando que junto a los primeros rayos del sol desaparecería, como sucedía después de sus anhelos nocturnos. Pero esta vez, cuando la oscuridad cesó, ella se mantuvo firme agarrada a su brazo. Él supo que quizás ya nunca lo dejaría marchar, así que por primera vez en toda la noche pudo mover su cuerpo ; y girándose ante ella, cerró sus ojos, mientras  asustado e indeciso cogía  su fria pero dulce mano.

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