Amores gremiales


         María decidió en su primera cita el lugar y la hora. No la invitaron, ella dispuso todo lo que debía acontecer. Desde el primer abrazo sintió la debilidad de él, y asumió instantáneamente todo riesgo, acción y responsabilidad. Lo citó tres días después, el tiempo suficiente para investigar su vida. De origen costarricense llevaba afincado más de diez años en Malasaña, uno de los barrios más populares de Madrid. Soltero, camarero y de clase media encajaba en su plan matrimonial. La cita tenía que ser perfecta, así que meticulosa preparó todos los detalles. A las doce se verían en la calle Costa Rica, por aquello de la casualidad y la magia de acercarse a su tierra; lo esperaría subida en una carreta, uno de los símbolos nacionales costarricenses, decorada con figuras geométricas y flores de múltiples colores. El toque especial recaería en la música tradicional que tocaría la orquesta que había reservado. Allí, subidos en la carreta le pediría matrimonio. 
El día de la cita María se vistió con pulcritud y sentada en la elegante carreta esperó más de diez horas a su futuro marido escuchando sin cesar la música costarricense de la orquesta. Su apuesto amor no apareció. Triste y sin consuelo, veinte horas después pagó a la orquesta y entregó la fabulosa y artesanal carreta a un museo especializado en arte intercultural. Desolada, con la madrugada fría madrileña sobre ella, decidió tomar un té caliente en el único restaurante que aún quedaba abierto. Cuando entró, el camarero la miró y ella tuvo claro que era el único en el mundo que podía comprenderla. Se volvió a enamorar y tras tomar su té lo citó tres días después...Volvía a elaborar un plan, y necesitaba el tiempo justo para indagar. Hong-li cuyo nombre significaba en chino “poseedor de una gran fortaleza” se convertiría en su futuro marido. 

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