De los Apeninos a los Alpes
Sobrevoló su mar
mediterráneo durante dos horas inquietas e impacientes. Solo recuperó la calma
cuando su avión dulcemente aterrizó en Génova, y él sintió de nuevo como el
aire se tornaba marinero. La ciudad, se le presentó como una reverencia
obligada ante el majestuoso mar escoltado por los Apeninos. Ensimismado en su
futuro encuentro dejó caminar sus pies hasta la estación, mientras la belleza
de la costa italiana, intrusa y descarada, se adhería a su piel. Puntual, cogió
el viejo interregional que le llevaría acunado a su destino. “Trenitalia” era
la misma vieja de siempre, bohemia y permanente, con sus vagones enmascarados
por colores de artistas callejeros y sus asientos verdes azulados. Solo tenía
que dejarse mecer por su vaivén durante cuatro horas, y aparecería en Oulx, el
último rincón italiano escondido de Francia, antes de que el sol se dejase
engullir por los Alpes. El tren era el único que calmaba su ansia, era el
encargado de subir sus deseos del mar a la montaña.
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