El embrujo de Toledo
Cuando las puertas eléctricas de la moderna
estación de autobuses se abrieron nos sorprendió alzada sobre la meseta la
bella dama iluminada: Toledo. Pequeñitos a sus pies, la contemplamos deliciosos
minutos en silencio.
Después, cargados con nuestras inseparables y enormes mochilas, y un poco ya embrujados ante su encanto, ascendimos bordeando su señorial muralla hasta llegar a una de las primeras entradas, "La puerta de Bisagra". Levantada como un arco triunfal y sujeta por dos grandes torreones semicirculares nos daba la bienvenida y nos permitía el paso y el inicio de nuestro caminar por callejuelas estrechas que conformaban un laberinto. El frío, que ya se dejaba sentir y el viento cada vez más potente nos invitaron pronto a buscar un hostal. Mientras callejeábamos sentimos por primera vez estar en una época diferente: las tenues luces de las farolas que figuran como candelabros, las tiendas comerciales ya cerradas, el empedrado de las calles, las innumerables iglesias y ventanas forjadas; nos convencieron que de un momento a otro caballeros ataviados con sus armaduras nos indicarían la única posada dónde poder dormir. Por momentos oímos los chasquidos del trotar de sus caballos, y un poco intimidados, confieso, por la situación y el contexto apresuramos nuestra búsqueda dándonos de bruces y sin querer, con la imponente Catedral, con la "Giganta", como la reseña Vicente Blasco Ibáñez en sus libros.
Rodeándola fue cuando descubrimos el
hostal que seguro nos acogería. Cuando uno viaja sin reservas, reconoce al
instante qué lugar para dormir le conviene. Son como un conjunto de energías
paralelas, que por alguna misteriosa razón hacen que estas cosas sucedan, y
todo fluya. Así que justo allí, casi rozando la catedral, una económica y ambientada
habitación nos esperaba.
Cuando entramos,
una amable señora
nos dio la bienvenida y nos acompañó a nuestra estancia. Fue toda una sorpresa
encontrarnos con candelabros, con mesitas y arcas de madera sutilmente
refinadas; pero sobre todo nos fascinó la gran llave de plata envejecida que
pertenecía a nuestra habitación. Cansados, dejamos nuestras mochilas y tras una
pequeña ducha nos acostamos deseando iniciar nuestro recorrido al día
siguiente. Abrazados, los ojos descansaron observando las viejas vigas de
madera que sostenían nuestro techo.
A medianoche, algo desveló nuestro
sueño. Miles de pasos se oían en la callejuela del hostal, y a través de la
semitransparente cortina bordada, se vislumbraban antorchas y se oían susurros
exigentes en espera de una muerte...Al abrir nuestros ojos, vimos su imagen
claramente: una mujer asustada se escondía en uno de los rincones de nuestra
habitación. Con una desabrigada túnica marrón estaba esperando ser llevada.
Incrédulos los dos, cerramos nuestros ojos temblorosos sin pronunciar palabra;
dos segundos después, al volver a abrirlos, ella ya no estaba. Fue desde la
ventana de hierro la última vez que la vimos, arrodillada ante toda la
muchedumbre y ante la puerta de la Catedral. Después todos desaparecieron, y
Luis y yo perdimos la noción de lo acontecido; aturdidos y asustados ya nunca
pudimos conciliar esa noche el sueño. Cuando amaneció decidimos bajar a
desayunar, con la barriga llena y la claridad que otorga un buen café estábamos
seguros de que encontraríamos una explicación.
En el pequeño y acogedor comedor
decorado con tintes judeocristianas nos atendió el dueño del hostal. Con la
respiración entrecortada por la mella de miles de cajetillas de tabaco, nos
contó con verdadera emoción que llevaba más de cuarenta años regentando aquel
lugar. Conocía más que cualquier preciado guía todos los rincones de su Toledo
natal. Nos habló del Alcázar, de sus puertas y murallas, del Museo del Greco,
de las mezquitas, de los conventos. Su amada tierra había sido "La
Toletum" de los romanos, la capital de reino en la época visigoda, la
Tulaytula de los musulmanes, la elegante Toledo cristiana. Su honorable cuna de
nacimiento, era la conjunción de una convivencia de generaciones históricas, de
culturas, reinados y religiones diversas.
El entrañable dueño del hostal nos
contó historias y leyendas de las tres culturas que cohabitaron en Toledo, de
la judía, de la cristiana y de la musulmana. Con él y sus viejos relatos, nos
sentimos muy cómodos y nos transmitió una gran confianza; esto nos animó, medio
asustados y avergonzados, a confesarle nuestro secreto nocturno vivido en su
tan amado hostal.
Le describimos al detalle todo,
medio acurrucados y con voz tan bajita que ni siquiera él podía casi oírnos.
Atentamente nos escuchaba, y en su rostro no se atisbaba ninguna expresión de
sorpresa, admiración o conmoción ante el testimonio, de quizás, dos locos de la
cabeza. Cuando acabamos, solo nos indicó que le acompañásemos. Justo la
siguiente casa, actualmente cerrada y abandonada, era una antigua cárcel de la
Inquisición.
En aquellos muros, ahora tapiados,
habían sido prisioneros hechiceros, brujas sacerdotes traidores y caballeros
deshonestos. Luis y yo nos miramos, y ya no quisimos escuchar más. Nuestro
amable anfitrión, comprendiendo nuestras caras, nos tranquilizó exponiéndonos
dulcemente que todos los toledanos viven los misterios de la noche toledana; y
que para ellos es una bendición esta posibilidad. Muchos encuentran hechiceros
y hablan con ellos, otros acuden a las misas originales, otros reviven las
batallas acontecidas en el río Tajo. Cada persona autóctona de allí, revivía
las mágicas historias, y descubrían sus propias leyendas, todos y todas
conocían a la perfección su historia, sus raíces. Su propia ciudad, cada noche
se las presentaba.
Luis y yo cada vez más impresionados
con lo que estábamos escuchando tuvimos el arrebato de huir y continuar nuestro
viaje. Subimos a la habitación rápidamente y preparamos nuestras mochilas.
Antes de salir, y cerrar la puerta con nuestra llave de plata envejecida, nos
dimos cuenta que nuestros candelabros habían dejado de ser eléctricos y
avivaban la luz de la habitación con fuego de verdad. Entonces comprendimos que
Toledo y su historia nos invitaban a quedarnos, a no huir. Se nos ofrecía la
posibilidad mágica de revivir y convivir con la historia.
Así que deshaciendo las maletas,
timbramos al teléfono de recepción y pedimos amablemente a la señora de la
noche anterior, que nos reservase la habitación hasta nuevo aviso de marcha. En
aquellos momentos no intuimos, ninguno de los dos, que nos quedaban abundantes
noches por delante desvelando misterios, conociendo y entablando amistad con
brujas, aldeanos, soldados, herejes, moriscos y judeoconversos. No supimos
descifrar en aquel instante, que quedaríamos atrapados mucho tiempo visitando
por las noches baños islámicos, cobertizos, mazmorras, mezquitas y palacios
señoriales. Nos supimos que cada vez que cerrásemos nuestros ojos observando
las viejas vigas de madera caeríamos en un mundo de misterios y leyendas.
http://vagamundosmoleskin.wordpress.com/2013/03/29/el-embrujo-de-toledo-autor-maria-dolores-haro-barrionuevo/
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Me ha gustado mucho. Evoca en ciertos momentos al misterio de las Leyendas de Bécquer. Si te imaginas la historia con algunas imágenes del Greco como Vista de Toledo, El entierro del Conde Orgaz o retratos de época, da miedo y todo.
ResponderEliminar¿Este relato es nuev verdad?es muy bonito y me ha gustado mucho, sigue escribiendo que al final seras una escritora de alto copete, y no es pasion de madre.
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