Reiniciando...Gracias, Tía Adelita.


      La pequeña Ester esperaba impaciente su plato preferido. Desde su elegante silla de madera coloreada con tímidos colores, agitaba sus brazos y gimoteaba ansiosa. Su madre apareció enseguida, el maravilloso puré de pollo y patatas rebosaba el plato de Mickey.  Para Ester, el momento de la comida era genial; su mama le sonreía dulcemente tras cada cucharada y ella podía todo el tiempo mirarla fijamente. Además, ahora que tenía algunos dientes le resultaba muy agradable jugar con el puré y su lengua; resultaba curioso y divertido, aunque en algunas ocasiones el juego se le iba de las manos y el puré se deslizaba por toda su cara.
       Cuando la hora de la comida finalizaba, Ester se quedaba tranquila escuchando con devoción las nuevas canciones infantiles. Pero ese día, su vida cambió en un segundo.
     Todo sucedió rápido; Ester medio adormecida escuchó la voz afilada de tía Adelita, y supo que en menos de un minuto se dirigiría hacia ella con la sonrisa más exagerada y tirante encontrada en el "pequeregistro" de sonrisas conocidas. Mas tarde, llegaría lo peor, un beso sonoro, eterno y apretado caería sobre alguna de sus mejillas. Por eso, en cuanto Ester escuchó su voz, inició a gimotear, cuanto más se iba acercando, más lloraba y gritaba con su pequeña boca abierta. Y cuando a punto estaba de recibir el temido beso, tía Adelita se frenó en seco y con las pupilas muy dilatadas gritó:
-Ay, mi chiquitina..., si ya tiene dientecitos, ay, ay, ay… que bonica y que mayor..., mira lo que te va a dar tía Adelita...
     Después todo cambió. Un sabor nuevo llamado galleta aterrizó en la boca de Ester; en un segundo lo reconvirtió en su alimento preferido. Desde aquel día su vida giró en torno a las galletas. Todo el tiempo gateaba ágil tras su madre para ver si encontraba el lugar donde se escondían las galletas. Se alzaba con esfuerzo y se mantenía de pie enfrente de cada armario abriendo uno tras otro, pero nunca las encontraba. Para Ester la visita de tía Adelita se convirtió en su momento preferido, porque la ahora adorada tía Adelita siempre le ofrecía una galleta.

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